sábado, 27 de septiembre de 2014

Los hospitales: frutos de caridad desconocidos antes de la Edad Media

Las órdenes militares, fundadas durante las cruzadas, crearon hospitales por toda Europa.
Hospital de Beaune, Francia
La Orden de los caballeros de San Juan (u hospitalarios, que dio origen a la Orden de Malta) creó un hospital en Jerusalén por cerca del año 1113.
João de Würzburg, sacerdote alemán, quedó pasmado con lo que vio ahí.
“La casa —escribió él— alimenta tantos individuos fuera de ella cuanto dentro, y da un tan gran número de limosnas a los pobres, sea a los que llegan hasta la puerta, sea a los que quedan del lado de fuera, que ciertamente el total de los gastos no puede ser contado, ni siquiera por los administradores y dispensarios de la casa”.
Hospital para peregrinos, León, Castilla, España
Teodorico de Würzburg, otro peregrino alemán, se maravilló porque “yendo a través del palacio, no nos podemos de manera alguna hacer una idea del número de personas que allí se recuperan. Vimos un millar de camas. Ningún rey, o ningún tirano, sería suficientemente poderoso para mantener diariamente el gran número de personas alimentadas en esa casa”.
Raymond du Puy, prior de los caballeros hospitalarios, incitó a los monjes guerreros a hacer sacrificios heroicos por “nuestros señores, los pobres”.
“Cuando los pobres llegan —dice el artículo 16 del decreto de du Puy— así deben ser acogidos: que reciban el Santo Sacramento, después de haber confesado primero sus pecados al sacerdote, y después sean llevados a la cama, como si fuese un Señor”.
El decreto de du Puy se convirtió en un marco en el desarrollo de los hospitales.
El hospital de Jerusalén inspiró una red de hospitales similares en Europa.
En el siglo XII se parecían más a los hospitales modernos que con los antiguos hospicios.
El de San Juan de Jerusalén impresionaba por el profesionalismo, organización y disciplina. Cada día el enfermo debía ser visitado dos veces por los médicos, ser lavado y tomar sus comidas.
Hospital para los peregrinos hoy Parador Nacional de San Marcos,
León, España.
Los responsables no podían comer antes que los pacientes. Un equipo de mujeres cumplía otras tareas y proporcionaban vestimentas y ropa de cama limpias.
El protestante Enrique VIII cerró los monasterios y confiscó sus propiedades en Inglaterra bajo la falsa acusación de que eran fuente de escándalo e inmoralidad.
Desapareció entonces la caridad para con los necesitados.
La redistribución de las tierras de las abadías trajo “la ruina para incontables millares de los más pobres de los campesinos; la quiebra de pequeñas comunidades, que eran su mundo, y la verdadera miseria pasó a ser su futuro”. La desesperación popular avivó los motines populares de 1536.
Idéntico o peor mal hizo la Revolución francesa. En 1789, el gobierno revolucionario confiscó las propiedades de la Iglesia. En 1847, más de medio siglo después, Francia tenía 47% menos de hospitales de que el año de la confiscación.

Fuente: Gloria de la Edad Media

viernes, 26 de septiembre de 2014

Mater mea, fiducia mea: Nuestra Señora de la Confianza

Mater mea, Fiducia mea, nuestra Señora de la confianza
¡Cuánta debe ser nuestra confianza en esta dulcísima Reina, sabiendo lo que puede con Dios y la abundancia de su misericordia! Así lo reveló a Santa Brígida, reina de Suecia, la misma Virgen diciendo: “Yo soy la Reina del Cielo, Madre de misericordia, alegría de los justos y puerta de salvación para los pecadores; ni vive en la tierra pecador alguno tan infeliz que esté del todo privado de mi bondad y misericordia, porque, los que menos, logran por mi intercesión no ser molestados de tentaciones, como sin mi favor lo serían. Nadie, sino el que ya es maldito – se entiende con la maldición final e irremediable de los condenados –, se ve tan desechado por Dios que, si me invoca no encuentre propicia mi propensa misericordia. Todos me llaman Madre de misericordia, y verdaderamente, lo que usa Dios con los hombres hace que Yo también sea con ellos tan misericordiosa como soy. Por lo mismo, el que pudiendo acudir a Mí, no lo haga, será infeliz en esta vida, y en la otra lo será para siempre.”

jueves, 25 de septiembre de 2014

La Conjuración Anticristiana - Cap. VIII

CAPÍTULO VIII

PARA DÓNDE CAMINA LA CIVILIZACIÓN MODERNA

La necesidad de suprimir la Iglesia para asegurar el triunfo de la civilización moderna fue lo que Waldeck-Rousseau dio a entender en el discurso en Toulouse. Fue lo que Viviani dijo descaradamente el 15 de enero de 1901, desde lo alto de la tribuna.
“Estamos encargados de preservar de todo atentado el patrimonio de la Revolución… Nos presentamos aquí cargando en nuestras manos, además de las tradiciones republicanas, esas tradiciones francesas que representan siglos de combate, en los cuales, poco a poco, el espíritu laico se fue insinuando en los asedios de la sociedad religiosa… No estamos apenas enfrentados con las congregaciones, estamos frente a frente con la Iglesia católica… ¿No es verdad que por encima de este combate, un día se enfrentarán en este conflicto formidable, el poder espiritual y el poder temporal y se disputarán sus prerrogativas soberanas, intentando ganar las conciencias con el fin de liderar el destino de la humanidad?
“Como yo decía en el inicio, ¿creéis que esta ley nos lleve a la última batalla? ¡Pero esta es apenas una escaramuza en comparación a las batallas del pasado y del futuro! La verdad es que aquí se reencuentran, según la bella expresión de de Mun en 1878[1], la sociedad basada en la voluntad del hombre y la sociedad basada en la voluntad de Dios. La cuestión es saber si, en esa batalla, una ley sobre las asociaciones va a ser suficiente para nosotros. Las congregaciones y la Iglesia no nos amenazan solamente con sus intrigas, SINO POR LA PROPAGACIÓN DE LA FE… No temáis a las batallas que se os ofrecerán, avanzad; y si encontráis delante de vosotros esa religión divina que hace poético el sufrimiento mediante la promesa de reparaciones futuras, oponedle la religión de la humanidad, que, ella también, hace poético el sufrimiento, ofreciéndole como recompensa la felicidad de las generaciones”.

Esta es la cuestión puesta claramente.
Se oyen en esas palabras menos los pensamientos personales de Viviani de que los de la secta anticristiana. Ella declaró hace siglos luchar contra la Iglesia católica: ella se vanagloria de ya haber obtenido que el espíritu laico se insinuase poco a poco en los asedios de la sociedad religiosa; ella dice que, en el esfuerzo hecho para destruir las congregaciones, ella involucra no apenas una escaramuza, y que, para garantizar el triunfo definitivo, ella deberá emprender nuevas y numerosas batallas.
En su nombre, Viviani declara que en la batalla actual se trata de una cosa muy diferente de la “defensa republicana”, de un lado, y de la aceptación de la forma de gobierno, del otro. Se trata de lo siguiente: “infiltrar el espíritu laico en los asedios de la sociedad religiosa”, “tomar la dirección de la humanidad”, “y destruir la sociedad basada en la voluntad de Dios para construir una sociedad nueva, basada en la voluntad del hombre”[2].
Esa es la razón de por qué la guerra declarada contra las congregaciones es apenas un compromiso. La verdadera campaña es aquella que pone frente a frente a la Iglesia católica y el Templo masónico, esto es, la Iglesia de Dios y la Iglesia de Satanás, conflicto formidable del cual depende la suerte de la humanidad. Durante el tiempo en que la Iglesia estuviere de pie, ella propagará la fe, ella colocará en el corazón de los que sufren ―y, ¿quién no sufre?― las esperanzas eternas. Es solamente sobre sus ruinas, por lo tanto, que se podrá edificar “la religión de la humanidad, que promete la felicidad sobre esta tierra”.
A continuación de la discusión, en el Senado así como en la Cámara, no hizo sino que acentuar la importancia de esas declaraciones. Algunas breves citas mostrarán que el discurso de Waldeck-Rousseau y de Viviani, tienen exactamente el significado que le acabamos de dar.
Jacques Piou: “Aquello que los socialistas quieren, Viviani lo dijo el otro día, sin rodeos. Es quitarle al poder espiritual su influencia sobre las conciencias y conquistar la dirección de la humanidad”. El orador fue interrumpido por un miembro de la izquierda que le gritó: “No son solamente los socialistas quienes lo quieren, son todos los republicanos”.
Piou no lo contradijo. Leyó un discurso en el cual Bourgeois declaró: “Desde que el pensamiento francés se liberalizó, desde que el espíritu de la Reforma, de la filosofía y de la Revolución entró en las instituciones de Francia, el clericalismo es el enemigo”. Bourgeois interrumpió; Viviani replicó: “La cita que dije es exacta, y Bourgeois la mantiene por entero. Él la mantiene porque constituye el fondo de su pensamiento; ella explica su celo por defender la ley sobre las asociaciones, porque la ley de las asociaciones es la victoria de la Revolución, de la filosofía y de la Reforma sobre la afirmación católica”.

En la sesión del 22 de enero, Lasies puso en estos la cuestión en su verdadero terreno: “Hay dos frases, yo diría que dos acciones, que dominan todo este debate. La primera frase fue pronunciada por nuestro colega Viviani. Él dijo: “¡Guerra al catolicismo!”. Me levanté y le respondí: “¡Gracias, eso es lo que es franqueza!”. Un otro discurso fue pronunciado por el honorable Sr. Léon Bourgeois. A instancias del Sr. Piou, Bourgeois afirmó nuevamente que el objetivo que él persigue con sus amigos es sustituir el espíritu de la Iglesia, esto es, el espíritu del catolicismo, por el espíritu de la Reforma, por el espíritu de la Revolución y por el espíritu de la razón. Estas palabras son las que se ciernen sobre el debate, lo dominan, y quiero decirlo de frente, porque ahí está toda la cuestión, despejada de los subterfugios de lenguaje y de las hipocresías de la discusión”.

El 11 de marzo, C. Pelletan declaró también que la lucha actual se relaciona con el gran conflicto trabado entre los derechos del hombre y los derechos de Dios. “Este es el conflicto que se cierne sobre todo este debate”.

El 28 de junio, en el encerramiento de la discusión, el abad Gayraud pensó que era su deber, antes de la votación, recordar a los diputados lo que ellos irían a hacer, sobre lo que ellos se iban a pronunciar. “La ley que ustedes van a votar no es una ley de conciliación o de pacificación. Se engaña al país con palabras. Esta es una ley contra la Iglesia católica. Viviani dio a conocer el contenido del proyecto, cuando él declaró en la cámara la guerra a la FE católica”.
De Mun cumplió la misma tarea: “Nadie ha olvidado el memorable discurso de Viviani, que permanecerá, a pesar de la abundancia de los discursos y de los afiches, el mejor comprendido de todos. Viviani vio en la ley el comienzo de la guerra contra la Iglesia católica, como siendo el alfa y el omega de su partido... En el reporte que l’Officiel publicó esta mañana y que tuvimos que leer apresuradamente, el honorable Trouillot dijo que la ley de las asociaciones es el preludio de la separación entre la Iglesia y el Estado, que deberá tener por corolario indispensable una ley general sobre la disciplina de los cultos. La Cámara y el país están, por lo tanto, advertidos. Es la guerra abierta declarada a la Iglesia católica. Porque esta ley general sobre la disciplina de los cultos no pasará de un conjunto de prescripciones con la finalidad de entrabar, por todos los medios posibles, a los ministros del culto”.
Viviani subió a la tribuna para confirmar la amenaza de Trouillot, el cual, además, apenas repitió lo que numerosos ministros habían dicho antes que él: “En el curso de las sesiones durante las cuales el partido republicano remató en el proyecto actual, por más incompleto e imperfecto que fuese su forma jurídica, hemos adherido plenamente a él, con el deseo bien firme de fortalecerlo en el futuro con otras  nuevas medidas”. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Exclamó la extrema izquierda).
¿Cuáles deben ser esas medidas? ¿Para dónde deben tender? Viviani dijo: “Sustituir la religión católica por la religión de la humanidad”, o según la fórmula de Bourgeois, “dar al espíritu de la Revolución, de la filosofía y de la Reforma, la victoria sobre la afirmación católica”: la afirmación católica que muestra el fin del hombre más allá de este mundo y de la vida presente, y el espíritu de la filosofía y de la Revolución, que limita los horizontes de la humanidad a la vida animal y terrestre.
Si las palabras que acabamos de citar hubiesen sido pronunciadas en un club o en una logia masónica, merecerían consideración en razón de su gravedad. Pero que ellas hayan sido pronunciadas en la tribuna, y repetidas, ahí todavía, después de casi seis meses de intervalo, aplaudidas por la mayoría de los representantes del pueblo, y finalmente sancionadas por una ley hecha según el espíritu que las pronunció, esto es, seguramente, un serio tema para ser meditado.

Viviani dijo: “No estamos solamente enfrentando a las congregaciones, estamos cara a cara con la Iglesia católica, para combatirla, para librar contra ella una guerra de EXTERMINIO”.
Hace mucho tiempo que este pensamiento obsesiona las mentes de los enemigos de Dios. Hace mucho tiempo que ellos se vanaglorian de poder exterminar a la Iglesia.
En una carta escrita el 25 de febrero de 1758, Voltaire decía: “Veinte años más y Dios tendrá el mejor juego”. El teniente de policía Hérauld que le reprochaba su impiedad le decía: “Usted considera bello lo que hace, lo que escribe, pero usted no conseguirá destruir la religión cristiana”, Voltaire le respondió: “Eso lo veremos”[3].
Dios tuvo el mejor juego… contra Voltaire. En lo que dice respecto a la Iglesia, no han pasado apenas veinte años, sino ciento cincuenta; y la Iglesia católica sigue de pie.
Así también será en nuestros días, si bien que ellos se sientan seguros de haber, esta vez, adoptado mejor sus medidas.
El 15 de enero de 1881, el Journal de Génève publicó una entrevista de su corresponsal en París con uno de los jefes de la mayoría francmasónica que dominaba, en aquella época como hoy, la Cámara de Diputados. Él decía: “En el fondo de todo eso (de todas esas leyes promulgadas una tras otra), hay una inspiración dominante, un plan determinado y metódico, que se desarrolla con mayor o menor orden, mayor o menor velocidad, pero con una lógica invencible. Lo que hacemos, es poner bajo estado de sito al catolicismo romano, apoyándonos en el Concordato. Queremos hacerle capitular o quebrarlo. Sabemos en dónde están sus fuerzas vivas, es sobre ellas donde lo queremos atacar”.
En 1886, en el número 23 de enero de la Semaine religieuse de Cambrai, referíamos estas otras palabras pronunciadas en Lille: “Perseguiremos sin misericordia al clero y a todo lo que se relacione con la religión. Emplearemos contra el catolicismo medidas que todavía ni siquiera existen. Utilizaremos todo nuestro ingenio para hacerlo desaparecer de este mundo. Y si a pesar de todo resiste a esta guerra científica, seré el primero en confesar que es una institución divina”.
G. de Pascal escribía en la Revue Catholique et Royaliste, número de marzo de 1908:
“Hace muchos años, el cardenal Mermillod me contó una anécdota que ilustra bien la situación, cuando él todavía residía en Ginebra: el ilustre prelado veía cada cierto tiempo al príncipe Jerónimo Bonaparte que habitaba la región de Prangins. El príncipe revolucionario apreciaba mucho la conversación del espiritual obispo. Un día le dijo: “No soy un amigo de la Iglesia católica, no creo en su origen divino, pero conociendo lo que se trama contra ella, los esfuerzos admirablemente ejecutados contra su existencia; si ella resiste a ese asalto, me veré obligado a confesar que hay ahí alguna cosa que supera lo humano”.
En junio de 1903, la Vérité Française refería que Ribot, en una conversación íntima, habló de la misma manera: “Yo sé lo que se está preparando, conozco en detalle los hilos de esta amplia red que está siendo extendida. Ahora bien, si la Iglesia romana se escapa esta vez en Francia, eso será un milagro tan deslumbrante que me haré católico como usted[4]”.
Hemos visto ese milagro en el pasado y lo veremos en el futuro. Los jacobinos podían creerse muy seguros, incluso del éxito de nuestros librepensadores; ellos tuvieron que reconocer que se habían engañado,… y sin embargo no se convirtieron. “Vi, dice Barruel en sus Memorias[5], a Cerutti acercarse insolentemente al secretario del nuncio de Pío VI, y con una alegría impía, con sonrisa de piedad, decirle: “Proteja bien a su papa; protéjalo bien, y embalsamadlo bien después de su muerte, porque os anuncio, y podéis estar bien cierto de esto, no tendréis otro”. Este supuesto profeta no adivinaba, continua Barruel, que se presentaría delante de Dios antes que Pío VI, y que Dios, a pesar de las tempestades del jacobinismo, como a pesar de tantas otras, estará con Pedro y su Iglesia hasta el fin de los siglos”.
Viviani dice que si la masonería quería aniquilar la Iglesia, era para poder sustituir la religión de Cristo por la religión de la humanidad.
Constituir una nueva religión, la “religión de la humanidad”, es, en efecto, lo veremos, el objetivo para el cual la francmasonería dirige el movimiento iniciado en el Renacimiento: la liberación de la humanidad.

En una obra publicada en Friburgo bajo el título: “La deificación de la humanidad, o el lado positivo de la francmasonería, el P. Patchtler demostró bien el significado que la masonería le da a la palabra “humanidad” y el uso que de ella hace. “Esta palabra, dice él, es utilizada por millares de hombres (iniciados o ecos inconscientes de los iniciados), en un sentido confuso, sin duda, pero siempre, sin embargo, como el lema de guerra de un cierto partido para una cierta finalidad, que es la oposición al cristianismo positivo. Esa palabra, en boca de ellos, no significa solamente el ser humano por oposición al ser bestial,… ella coloca, en tesis, la independencia absoluta del hombre en el dominio intelectual, religioso y político; ella niega todo fin sobrenatural, y reclama que la perfección puramente natural de la raza humana sea encaminada por las vías del progreso. A estos tres errores corresponden tres etapas en las vías del mal: la humanidad sin Dios, la humanidad que se hace Dios, la humanidad contra Dios. Este es el edificio que la masonería pretende erigir para remplazar el orden divino que es la humanidad con Dios”.
Cuando la secta habla de la religión del futuro, de la religión de la humanidad, es este edificio, es este Templo que ella tiene en mente.
A fines de julio y comienzos de agosto de 1870, las logias de Strabourg, Nancy, Vesoul, Metz, Châlons-sur-Marne, Reims, Mulhouse, Sarreguemines, en una palabra todo el Oriente, se reunió en Metz. Fue tratada la cuestión del Ser supremo, y las discusiones que se siguieron se propagaron de logia en logia.
Para resumir, Le Monde Maçonnique, en las ediciones de enero y mayo, hizo la siguiente declaración: “La francmasonería nos enseña que no hay sino una sola religión verdadera, y por consiguiente, una sola natural, el culto de la humanidad. Porque, mis hermanos, esa abstracción que, erigida en sistema, ha servido para formar todas las religiones. Dios no es otra cosa que el conjunto de todos nuestros instintos más elevados, a los cuales les hemos dado cuerpo, una existencia distinguible; Dios no es más que el producto de una concepción generosa, pero errónea, de la humanidad, que se despojó en beneficio de a una quimera”.
Nada más claro: la humanidad es Dios, los derechos del hombre deben sustituir los de la ley divina, el culto de los instintos del hombre debe tomar el lugar del que se rinde al Creador, la búsqueda del progreso en las satisfacciones dadas a los sentidos que debe sustituir las aspiraciones de la vida futura.

En una sesión común de las logias de Lyon, realizada el 3 de mayo de 1882 y cuyo resultado fue publicado en Chaîne d’Union de agosto de 1882, el F\ Régnier decía: “Es necesario no ignorar lo que no es más un misterio: que hace mucho tiempo dos ejércitos están frente a frente, que la lucha está actualmente abierta en Francia, en Italia, en Bélgica, en España, entre la luz y la ignorancia, y que una se impondrá sobre la otra. Es necesario que se sepa que los Estados Mayores, los jefes de esos ejércitos, son, de un lado, los jesuitas (léase: el clero secular y regular) y del otro, los francmasones”.
Pero la destrucción de la Iglesia no dejará el lugar suficientemente limpio para la construcción del Templo masónico; a los clamores contra la Iglesia se juntan siempre los gritos no menos rabiosos contra el orden social, contra la familia y contra la propiedad. Y así debe ser, puesto que las verdades de orden religioso entraron en la propia substancia de esas instituciones.
La sociedad reposa sobre la autoridad, que tiene su principio en Dios; la familia, sobre el matrimonio que obtiene de la bendición divina su legitimidad y su indisolubilidad; la propiedad, sobre la voluntad de Dios, que la promulgó en el séptimo y en el décimo mandamiento para protegerla contra el robo e incluso contra la codicia. Es necesario destruir todo esto, si se quiere, como pretende la secta, fundar la civilización sobre nuevas bases.
León XIII constató en su encíclica Humanum genus: “Aquello que los francmasones se proponen, dice él, aquello para lo cual tienden todos sus esfuerzos, es la destrucción completa de toda la disciplina religiosa y social nacidas de las instituciones cristianas, y la substitución por otra, adaptadas a sus ideas, cuyo principio y leyes fundamentales son sacados del naturalismo”.

Las ideas y los proyectos expuestos en la tribuna y en las logias son la expresión de un pensamiento y de una voluntad que se encuentra por todas partes. Se escuchan en Francia, Bélgica, Suiza, Italia, Alemania y en todos los congresos democráticos, se leen cada día en una multitud de periódicos.
En 1865 se realizó en Liège el congreso de los estudiantes. En ese congreso fueron escogidos, inicialmente, el estado mayor de la internacional, después los auxiliares de Gambetta. Estuvieron presentes más de mil jóvenes venidos de Alemania, España, Holanda, Inglaterra, Francia, Rusia. Ellos se mostraron unánimes en sus sentimientos de odio contra los dogmas e incluso contra la moral católica: unanimidad de adhesión a las doctrinas y a los actos de la Revolución Francesa, comprendidas en ella las masacres de 1793; unanimidad de odio contra el orden social actual, “que no cuentan siquiera con dos instituciones basadas en la justicia”, según la expresión pronunciada en la tribuna por Arnoult, redactor del Précurseur de Anvers, y aplaudido a más no poder por la asamblea. Otro orador, Fontaine, de Bruselas, terminó su discurso con estas palabras: “Nosotros, revolucionarios y socialistas, queremos el desarrollo físico, moral e intelectual del género humano. Queremos, en el orden moral, la supresión de los conceptos de religión y de Iglesia, llegar a la negación de Dios y al libre examen. Queremos, en el orden político, por la realización de la idea republicana, llegar a la federación de los pueblos y a la solidaridad de los individuos. En el orden social queremos, por la transformación de la propiedad, por la abolición de la herencia, por la aplicación de los principios de asociación, de mutualidad, llegar a la solidaridad de los intereses y a la justicia. Queremos, primero la liberación del trabajador, en seguida, la del ciudadano y del individuo, y sin distinción de clases, la abolición de todo sistema autoritario”.
Otros hablaron en el mismo sentido. Es que la supresión del cristianismo no se puede concebir sin la ruina de todas las instituciones de él nacidas y en él basadas; los hombres lógicos lo comprenden, los hombres francos lo dicen, los anarquistas lo ejecutarán.
En el mismo congreso de Liège, Lafargue preguntó:
“¿Qué es la Revolución?”. Y él respondió: “La Revolución es el triunfo del trabajo sobre el capital, del obrero sobre el parasito, del hombre sobre Dios. Esa es la Revolución social que comportan los principios de 1889 y los derechos del hombre llevados a su última expresión”. Él además dijo: “Hace cuatrocientos años que minamos los fundamentos del catolicismo, la más fuerte máquina jamás inventada en materia de espiritualismo; infelizmente, ella sigue sólida”. Después, en la última sesión, lanzó este grito del infierno: “¡Guerra a Dios! ¡Odio a Dios! ¡EL PROGRESO ESTÁ AHÍ! Es necesario romper el cielo como se rompe un toldo de papel”.
La conclusión de Lafargue fue: “En la presencia de un principio tan grande, tan puro como este (así liberado de lo sobrenatural y de todo lo que ha constituido hasta aquí el orden social), es necesario odiar o probar que se ama”.
Los otros franceses pidieron con él que la separación fuese la más clara y la más entera entre los que odian y los que aman, entre los que odian el mal y aman el bien, y entre los que odian el bien y aman el mal. Regnard, parisino, vino a decir dónde la masonería coloca el bien y el mal: el mal en el espiritualismo, el bien en el materialismo. “Vinculamos nuestra bandera a los hombres que proclaman el materialismo: todo hombre que está a favor del progreso está también a favor de la filosofía positiva o materialista”.
Cuando la palabra “progreso” y otras semejantes caen de los labios masónicos, encontramos católicos para recogerlas con una especie de respeto y de ingenua confianza, creyendo ver en ellas aspiraciones relativas a un estado de cosas deseable. Lafargue y Regnard nos acaban de decir lo que la secta, que puso esos términos en circulación, entendió lo que ellos debían representar.
Germain Casse: “Es necesario que, saliendo de aquí, seamos de PARÍS o de ROMA, o jesuitas o revolucionarios”. Y como sanción, él pidió “la exclusión total, completa de todo individuo que represente, en cualquier nivel, la idea religiosa”. Condición necesaria para que pueda ser establecida y, sobre todo, subsistir el nuevo orden de cosas deseado y perseguido.
No hace falta prolongar esas citas, taquigrafiadas por los redactores de la Gazette de Liège en las propias mesas del congreso. Los otros periódicos tuvieron miedo de reproducir esas palabras en su gran crudeza. El ciudadano Fontaine las recordó a propósito de la verdad: “Un solo periódico, dijo él, uno solo fue buena fe, la Gazette de Liège, y esto porque es con franqueza católico apostólico y romano. Él publicó un análisis completo de los debates”.
Al año siguiente, en el congreso de Bruselas, el ciudadano Sibrac, francés, convocó a las mujeres para la gran obra; y para convencerlas les dijo: “Fue Eva quien lanzó el primer grito de rebelión contra Dios”. Sabemos que uno de los gritos de admiración de la francmasonería es: “¡Eva!, ¡Eva!”.
En ese congreso, también el ciudadano Brismée dijo: “Si la propiedad resiste a la Revolución, es preciso, por decretos populares, liquidarla. Si la burguesía resiste, es preciso matarla”. Y el ciudadano Pèlerin: “¡Si seiscientas mil cabezas ponen obstáculos, que caigan!”.
Después de los congresos de Liège y de Bruselas, hubo otro en Ginebra, compuesto de estudiantes y de obreros, como en Bruselas. Ahí también Dios y la religión fueron de común acuerdo apartados, las ideas religiosas declaradas funestas al pueblo y contrarias a la dignidad humana, la moral proclamada independiente de la religión. Se habló de organizar huelgas “inmensas, invencibles”, que debían terminar por la HUELGA GENERAL.
Abreviemos. Otro congreso internacional se realizó en La Haya, en 1873. El ciudadano Vaillant también dijo allí que la guerra al catolicismo y a Dios no podía seguir sin la guerra a la propiedad y a los propietarios.
“La burguesía, dijo, debe contar con una guerra más seria que la lucha latente a la cual la Internacional está actualmente condenada. ¡Y no tardará el día de la revancha de la Comuna de París!
”El exterminio completo de la burguesía: tal debe ser el primer acto de la futura revolución social”[6].
Si quisiéramos dar una idea de lo que se fue dicho y de lo que fue impreso en esos últimos treinta años, iríamos al infinito. Todo el mundo sabe que el régimen republicano, sobre todo en estos últimos tiempos, dejó entrar, o incluso propagó, en todas las clases de la sociedad, las ideas más subversivas.

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[1] O mejor, el 22 de mayo de 1875, en la clausura del congreso católico de París.
[2] Conocemos la palabra de orden dada por Gambeta: “¡El clericalismo es el enemigo!” y en qué circunstancias él la pronunció… La república de centro derecha, inaugurada con el septenio del mariscal Mac-Mahon, debía luego eclipsarse delante de una república de centro izquierda. Buffet fue substituido en el comando del ministerio por Dufaure. Dufaure, cansado de tener siempre que resistir a las exigencias de los radicales, pidió la dimisión. Mac-Mahon llamó, entonces, al poder a la izquierda, en la persona de Jules Simon. Jules Simon hizo a la extrema-izquierda las concesiones que Dufaure hizo a la izquierda y Buffet a la centro-izquierda. Mac-Mahon quiso remediar las cosas. El 16 de mayo escribió a J. Simon una carta que éste interpretó como un pedido de dimisión. El presidente entonces dio instrucciones a Broglie de formar el Gabinete, y, el 18 de mayo, envió a las Cámaras un mensaje en el cual, después de haberles explicado su conducta, aplazó los trabajos por un mes, en conformidad al artículo 24 de la Constitución.
Durante ese receso, el día 1 de junio de 1877, Gambetta recibió una delegación de la juventud de las facultades de derecho, medicina, etc., y les pronunció un discurso que jamás debería ser olvidado, porque ningún otro proyecta una luz más clara sobre el cuarto de siglo que acaba de pasar y sobre el carácter de la lucha actual. “Nosotros fingimos, dijo él, combatir a favor de la forma de gobierno, por la integridad de la Constitución. LA LUCHA ES MÁS PROFUNDA: la lucha es contra todo lo que queda del viejo mundo, ENTRE LOS AGENTES DE LA TEOCRACIA ROMANA Y LOS HIJOS DEL 89.
 Un inglés, Bodley, después de una extensa investigación hecha en Francia, lo publicó, bajo el título: FRANCIA, Ensayo sobre la Historia y el Funcionamiento de las Instituciones Políticas Francesas. Esas palabras de Gambetta se pueden leer en la página 201.
En cuanto el grito de guerra, “¡El clericalismo, he ahí el enemigo!”, Gambetta declaró en la tribuna, en 1876, lo que él lo tomó de Peyrat. En efecto, Peyrat, escribió en Opinion Nationale, en la época del Imperio, la siguiente frase: “¡El catolicismo, he ahí el enemigo!”. Sustituyendo la palabra catolicismo por clericalismo, Gambeta usó la hipocresía familiar de los francmasones.
[3] Condorcet, Vie de Voltaire.
[4] Ribot dijo en la sesión del 8 de noviembre de 1909 en el Senado: “Mantendremos la escuela laica como un instrumento necesario de progreso y civilización”. Al hablar en esos términos, Ribot no se expresa solamente como uno de los iniciados, sino como participante de la conspiración.
[5] Tomo V, p. 208.
[6] Aquellos que desean citas más numerosas y más extensas, podrán encontrarlas en la obra Les Sociétés Secrètes et la Société, de N. Deschamps, continuada por Claudio Janet.

martes, 23 de septiembre de 2014

La princesa Isabel

Una de las numerosísimas víctimas de la
Revolución Francesa: la princesa Isabel
Su “crimen”:
ser la hermana del rey Luis XVI

Plinio Corrêa de Oliveira

El interés especial del personaje está en lo siguiente: como Uds. saben, la Revolución Francesa es presentada por el común de los historiadores como siendo un acontecimiento de los más trascendentales de la historia de la humanidad, en el sentido de que representó un paso más en la historia de la “liberación” del hombre.
Los partidarios de la Revolución Francesa entienden que aquello fue una explosión de lo que hay de mejor de las cualidades del espíritu humano; el espíritu humano que no se conformaría con la sujeción, no se conformaría con los grilletes, no se conformaría con la desigualdad, y que, llevado por una noble sed de igualdad, libertad y fraternidad, habría impulsado entonces la Revolución. Y para justificar la tesis de que el espíritu de la Revolución era muy “noble”, ellos hacen el endiosamiento de los grandes hombres de la Revolución, sustentando que fueron hombres de excepcionales cualidades humanas.
Madame Elisabeth
La verdad histórica es directamente lo opuesto de eso. En mi libro Revolución y ContraRevolución se muestra que la Revolución Francesa fue la consecuencia necesaria del protestantismo. O sea, la explosión en el campo político, o en la temática de las estructuras políticas, del mismo espíritu de rebelión de sensualidad y de orgullo que anteriormente generó el protestantismo. Y, en consecuencia, hay una, polémica también a respecto no sólo de las ideas de la Revolución, sino también de los hombres de la Revolución. Nosotros, que somos adversarios de la Revolución Francesa, nos empeñamos en mostrar la Revolución Francesa en su verdadero aspecto, no solo refutando las doctrinas, sino también mostrando que los hombres que fueron los exponentes de la Revolución fueron criminales, fueron hombres sin ninguna moralidad, fueron lo contrario de la fraternidad que ellos pregonaban, fueron hombres sanguinarios, crueles y tiránicos.
Y uno de los crímenes de la Revolución donde ese espíritu se manifestó de un modo más evidente, es el crimen efectuado contra una de las personas de la familia real de Francia, que era la princesa Isabel, llamada habitualmente por los historiadores Madame Elisabeth (1764-1794). ¿Quién era esa princesa Isabel? Ella era hermana del rey Luis XVI, soltera y una persona no sólo de gran pureza de costumbres, sino de una ardiente piedad. Ella frecuentaba la corte, donde cumplía los deberes que le tocaban como hermana del rey, pero su tiempo libre lo pasaba en un pequeño castillo que ella tenía lejos de Versalles. Dedicaba su tiempo a la piedad y a las obras de caridad: ella distribuía víveres y ayudaba a los campesinos, a los trabajadores rurales que vivían por ahí cerca. Era, por tanto, una persona conocida por causa de su insigne caridad.
Madame Elisabeth distribuyendo gêneros alimentícios, próximo al castillo de Versailles
- cuadro de Richard Fleury François
Ella vivía completamente alejada de la política. Como por lo demás, es normal. Siendo una joven, no teniendo funciones que ver con la política, vivía en el más completo alejamiento de la política. Muy dedicada a su hermano, habría tenido toda la facilidad para casarse, pero no quiso hacerlo para poder vivir allí en las cercanías de la familia real, y prestando el auxilio que las circunstancias le pudiesen pedir.
Cuando estalló la Revolución Francesa, todos los hermanos del rey salieron de Francia menos ella, que quiso, heroicamente, enfrentar los riesgos —evidentes desde el comienzo— de la Revolución y para poder auxiliar en las amarguras que venían a su hermano, a su cuñada (la reina María Antonieta) y a sus sobrinos, hijos de ese matrimonio. Y, de hecho, ella siguió paso a paso el drama de la familia real. Acabó siendo encarcelada por los revolucionarios junto con la familia real, y fue procesada.
Después que Luis XVI y María Antonieta fueron condenados a muerte y guillotinados, vino el proceso de ella y fue condenada a muerte también. ¿Condenada a muerte por cuál crimen? Ningún crimen. No podía ser crimen ser hermana del rey, porque nadie mata a una persona porque es hermana del criminal. Por peor que sea el criminal —por ejemplo, esos hippies miserables que mataron hace un tiempo atrás a unas personas en Los Ángeles— Uds. no van a leer en el periódico la siguiente noticia: “Fueron muertos tales hippies y una hermana de ellos, que no tenía nada que ver con el caso, muerta por ser hermana”. Es decir, eso es impensable, no pasa por la cabeza de nadie.
Contra ella no fue posible alegar ningún crimen. Ni siquiera fue acusada de ningún crimen. Fue muerta exclusivamente por odio, por ser hermana del rey. Uds. pueden ver el carácter bestialmente rencoroso de los líderes y, por lo tanto, también de los secuaces, de una Revolución hecha en nombre de la “fraternidad”. Sería interesante que después de ver el aspecto Revolución, consideremos el aspecto Contrarrevolución. O sea, la dignidad con que esa princesa soportó los tormentos que cayeron sobre ella, y su muerte. Naturalmente no es este el momento de dar la biografía de ella. Pero vamos a ver las escenas de su muerte, los últimos episodios de su muerte.
Esos episodios tienen mucha significación y pasaré a leerlos aquí. Están sacados del libro “Madame Elisabeth – aspectos desconocidos” [versión original francesa: “Madame Elisabeth inconnue”, París, Beauchesne et fils, 1955]; autora del libro: Madeleine Louise de Sion. El extracto que voy a comentar es el siguiente:
La princesa Elisabeth fue condenada juntamente con 25 personas, la mayor parte de la alta nobleza, si bien que había también entre ellas elementos del pueblo. El presidente del Tribunal…”.
Un tribunal revolucionario, republicano que la condenó.
“… Dumas, no pudo dejar de bromear vilmente a respecto de la muerte de esas víctimas. Y dijo: Elisabeth de Francia no se puede quejar, pues formamos a su alrededor una corte de aristócratas dignos de ella”.
El sarcasmo y la burla hacia quien camina para la muerte. Ahí va la princesa, una serie de señoras de la nobleza, entonces “Así es, ella no se puede quejar, va acompañada de un lote de nobles”.
Y nada podrá impedir que ella se sienta todavía en los salones de Versalles cuando se coloque a los pies de la santa guillotina, rodeada de toda esa nobleza fiel”.
Puédese ver el sarcasmo y el peso del sarcasmo. Un hombre, cuando trata con una señora, aun cuando sea el mayor enemigo de esa señora, debe tratarla con cierta cortesía. El fuerte no debe abusar contra el débil. Esa es una cosa elemental de caballerismo. Más aún si se trata de un juez con aquella que acaba de condenar. Él debería tener, por lo tanto, vergüenza de manifestar rencor para con la persona que condenó. Más todavía con una persona que está condenada a muerte. Porque la muerte tiene una majestad, una respetabilidad tremenda. Es un castigo de Dios, y como todo lo que viene de Dios, la muerte tiene una grandeza que hace con que todo el mundo respete a aquel que va a morir. Puede tratarse del hombre más vil del mundo, pero una vez que él está marcado en la frente con la señal de la muerte, debe ser objeto de respeto.
Cuando un bandido está encarcelado y va a ser ejecutado, después de haber sido condenado a muerte, se acostumbra a concederle que se haga su última voluntad, desde que no se trate de una acción criminal, inclusive se le sirve una última cena con todo cuanto él pide. Y algunos comen, tal es el apetito humano. El hombre es así, algunos comen.
Mme. Elizabeth conducida al suplicio
Nadie juzgaría legítimo ponerse delante de un bandido merecidamente condenado a muerte y comenzar a bromear: “¡Ud. va a morir!... ¿Ya se lo imaginó? Ahora va a caer aquí…”. O cuando está en la silla eléctrica: “¡Vea el shock!...” Nadie haría eso. ¿Por qué? Porque es una barbaridad, es una cobardía, porque por más que sea un bandido, él está marcado en la frente con la señal de la muerte; y a partir de ese momento se lo debe respetar.
Ella estaba condenada a muerte, y este bandido, un hombre, burlándose de una mujer; un juez que se burla de quien él condenó; después, una creatura humana que se burla de una persona que va para la muerte. Se burla de esa manera, viéndola en aquella humillación, viéndola destituida de toda la pompa antigua, hace un sarcasmo. Ella se va a sentir a los pies de la guillotina como se sentiría en el esplendor de Versalles. Es decir, es casi imposible llevar la bajeza humana más lejos. Ese era el espíritu de la Revolución francesa. Continua (el texto):
De hecho, la hermana de Luis XVI estaba escoltada por tres marquesas, dos condesas, entre otras personas de la nobleza. Llena de calma, ella escuchó su sentencia de muerte, pidiendo solamente y con cortesía, que le llevasen un sacerdote; a lo que, Fouquier Tinville, promotor público, respondió con desdén: “Bah!, ella morirá muy bien sin la bendición de un capuchino”.
Es una cosa que también no se hace: es negar a la persona el último socorro de la religión. Conozco de casos de ateos que cuando una persona está para morir y pide un sacerdote, el ateo lo hace llamar. ¿Por qué? Porque el ateo raciocina de la siguiente manera: está bien, la religión no es verdadera, pero le voy a dar a él un último consuelo en la hora de la muerte. No le rechaza ese consuelo en la hora de la muerte. Continuemos:
Después de ser condenados a muerte en el tribunal, fueron todos llevados para la prisión. Y en la prisión, sus compañeros que se encontraban ahí, porque antes no se habían reunido, le cedieron el lugar de honra a ella, que tomó con toda naturalidad.
La serenidad de la mirada de la princesa, la dignidad de su actitud…”.
Hay mucho valor en mantenerse sereno cuando se está aproximando la muerte y más aún cuando se es una joven como ella; mantenerse digno cuando se está viviendo en la última de las humillaciones.
“… la ascendencia de su palabra luego crearon en torno de ella un clima de heroísmo que contagió a todos”.
Los señores vean que belleza. Ella la débil, ella la indefensa, ella la mayor derrotada, ella es la heroína. Y no es la heroína del embobamiento y de la falta de distancia psíquica; es la heroína de la fe, la heroína de la serenidad. Ella comunica tanta elevación al martirio que ella va a sufrir que inmediatamente el ambiente cambia. Ella consiguió animar a los débiles y dar fuerza hasta los que se mostraban fuertes.
Una marquesa de setenta y tres años [Madame de Sónozan]…”
Para que los señores vean lo que es la criatura humana…
“… estaba aterrorizada y temblorosa delante de la muerte. La princesa, con especial deferencia, le hizo ver que, al final de cuentas, iba a morir joven, que estaba más serena que ella, y que ella debía tener la alegría de que, al final de cuentas, había vivido por lo menos setenta y tres años”.
Me recuerda el comentario de un francés. Se cuenta que dos franceses se encontraron, y estaban ya los dos un poco envejecidos. Y uno le dijo al otro: “¡Qué aborrecimiento envejecer!”. El otro le dijo: “Yo no pienso así. Es la única manera de vivir mucho tiempo…”. Ese es el espíritu francés. Porque después de dicho eso, no hay nada más que decir. Lapidariamente respondida y más nada. Es quedarse callado y cambiar de asunto. ¿Qué se va a hacer?...
La marquesa se sintió rehecha con pensamientos de fe etc. y quedó animada. La vieja marquesa terminó por calmarse y ofrecer generosamente a Dios los pocos años que aún podía pasar en esa tierra. Una condesa [Madame de Montmorin], que vio guillotinados a todos sus parientes, no se conformaba ahora con la muerte de su hijo Calixto, de apenas 20 años, que había sido condenado junto con ella. La princesa Elisabeth le hizo ver el privilegio de morir los dos juntos y los peligros que correría el joven en una tierra devastada por errores”.
Eran los errores de la Revolución francesa. Ella quería mostrar que un alma fácilmente se perdería y que una madre que tuviese fe debería comprender que era una gracia morir los dos en aquella ocasión, yendo el hijo para el cielo en buena disposición de alma —excelente hasta como los señores verán— en vez de estar sujeto a los riesgos de esa vida.
Para otra condesa [Madame de Sérilly] que esperaba un hijo, la princesa Elisabeth consiguió un salvo-conducto que permitió que la joven señora no fuese condenada”.
No fuese ejecutada la sentencia contra ella. Quiere decir, ella, condenada a muerte, sólo pensaba en los otros, sólo cuidaba de los otros, incluso salvó la vida de una persona. Quiere decir, esas fueron sus últimas horas. Los señores vean la elevación de ese espíritu impregnado de tradiciones y la bestialidad de la crueldad revolucionaria. Ahí los señores tienen dos espíritus, dos mundos en conflicto y podemos medir bien el contraste de una cosa con la otra. Prosigue la narración:
Después de un día de prisión y después de haber el canónigo de Chambertrand administrado los socorros religiosos a todos…”.
Eran sacerdotes que se infiltraban en las prisiones vestidos de legos, y que nadie sabía que eran sacerdotes, y que tenían el heroísmo de hacerse apresar para poder entrar en la prisión. Y entonces ellos daban la absolución etc., porque en esas prisiones era lícito pasar desde una celda para otra. Y ellos entonces cuando veían que las personas estaban condenadas a muerte, ellos con un pretexto u otro, se aproximaban y hacían una señal, y daban la absolución, a veces daban hasta la comunión para las personas; ellos guardaban partículas, celebraban misa, hacían mil cosas extraordinarias en la prisión. Entonces, dice lo siguiente:
“… a las cinco horas de la mañana vinieron a cortarle el cabello a las señoras”.
Era una de las cosas más trágicas que precedía la muerte. Era algo necesario – la guillotina, como Uds. saben, es una lámina que la persona acciona en un punto con una cuerda, y la lámina cae; entonces la víctima está tendida, y la guillotina cae sobre la nuca y corta la espina dorsal. Y la persona muere, porque la guillotina después corta la cabeza entera. Es seguida inmediatamente de la muerte. Es una lámina muy afilada. Pero en el interés del propio condenado, para que la guillotina funcione bien y la persona muera de inmediato, conviene cortar el cabello; incluso a los hombres los rapaban completamente por detrás de la cabeza porque a veces unos pocos cabellos pueden constituir un obstáculo para la guillotina.
Entonces, era del interés del condenado y también era del interés de la Revolución, porque ellos mataban tanta gente en el mismo día, por lo que, para que los grupos de presos fueren rápidamente despachados, era preciso que la lámina no se detuviese para poder matar a muchos. Entonces, en la víspera o, a veces, en la misma mañana, venían los carceleros con tijeras o con navajas y los rapaban. Sobre todo las señoras, que en ese tiempo usaban el cabello comprimido, entonces les rapaban completamente la nuca. Y aquel metal deslizándose por la nuca era el precursor de aquel otro metal que de aquí a poco vendría y que iría hacer un servicio bien diferente.
Nos podemos imaginar la impresión de las personas viendo llegar —pongámonos en el lugar de ellos— por ejemplo, la navaja y acariciar la nuca y después preguntar para el interesado: “¿Está bien?” – Pasa la mano: “Vea aquí tiene unos cabellos todavía…”. Se comprende que no es poca cosa… ¡es terrible! Después, para las señoras hacían como que una toilette fúnebre: vestían completamente de blanco. Amarraban las manos de todas las víctimas atrás y eran empujadas a los puntapiés, en carretas, donde iban de pie, con una multitud asistiendo. En la multitud, de cuando en cuando, había un sacerdote. Y el sacerdote, desde una ventana, desde un lugar disfrazado —ellos ya sabían— quedaban mirando.
El sacerdote hacía una bendición, una absolución última que era, evidentemente, un precioso aliento para quien fuese caminando para la muerte. Entonces, en la mañana venían los empleados de la prisión para cortar los cabellos de todos, sobre todo de las señoras y de la princesa Elisabeth.
“… a las cinco horas de la mañana vinieron a cortar los cabellos de las señoras. Después las carretas siguieron para el local de la ejecución”.
La guillotina quedaba en medio de una plaza pública, enorme, y todo cuanto era revolucionario asistiendo; cuando la cabeza caía, había un orificio en la tarima, caía en una cesta en el suelo. Y los cuerpos eran lanzados al lado. Después los cuerpos eran apilados en una carreta los cuerpos y las cabezas y todos lanzados en una fosa común del cementerio.
Llegando a la plaza de la guillotina, los condenados se sentaron en banquillos, esperando la llamada de sus nombres”.
Los banquillos quedaban en lo alto, en la tarima. Había una tarima, una especie de estrado, donde quedaba la guillotina. Y los banquillos quedaban en lo alto.
Madame de Crussol fue la primera en ser llamada”.
Vean la grandeza de eso delante de un pueblo igualitario. Lo que va a relatar ahora.
Antes, sin embargo, de llegar hasta la guillotina, se aproximó a la princesa y la saludó como se hacía en la corte”.
Una gran reverencia. ¿Son o no son dos mundo completamente diferentes? El mundo del respeto, el mundo de la veneración, el mundo de la humildad, de un lado; el mundo del orgullo, el mundo del paganismo, el mundo de non servían del otro lado.
La princesa Elisabeth, a cada señora que iba a morir, respondía con una inclinación de la cabeza, llamaba a la señora y la besaba. Después de eso la señora subía. La escena era de una tal majestad que los revolucionarios no osaban hacer nada”.
Porque hay realmente ciertas cosas que no son posibles. ¡No es posible! Delante de la muerte, delante de aquella canallada revolucionaria, un tal coraje de una señora, que corría el riesgo de llevar una paliza antes de morir. Y aquella profunda reverencia y el beso de la princesa, y todo hecho con aquella suavidad de maneras del Ancien Régime, aquel beso en que se tocaban dos cabezas que de ahí a poco irían a rodar, los señores están comprendiendo lo que eso significa.
Su gesto fue repetido por todas las otras señoras; después vinieron los hombres que hacían una profunda reverencia delante de la princesa; algunos llegaron a doblar las rodillas delante de ella. Ella también respondía, ellos subían y eran también decapitados. Fue la última recepción de Elisabeth de Francia, y fue la última vez que ella aplicó el protocolo de la corte francesa. Por ocasión de cada ejecución, la princesa rezada en voz alta el De produndis”.
De profundis es un salmo que dice: “Desde lo profundo del abismo en que me encuentro, Señor, Señor, elevo mi voz; que vuestros oídos sean accesibles a la voz de mi aflicción”, etc.; se canta, es un salmo que la Iglesia reza por los moribundos o por los difuntos.
La multitud aullaba de satisfacción y el joven Calixto de Montmorin gritaba alto: ¡Viva el Rey!
Son dos mundos. Es la confrontación de dos mundos. Ése era un chouan, era el caballero de los antiguos tiempos, era el héroe que sustentaba la fe de la tradición, en cuanto los otros pertenecían al mundo comunista que estamos viendo aquí, que era apoyado por otro hombre, que iba a ser ejecutado también, llamado Batista Dubois.
Cuando la última víctima se inclinó delante de la princesa, ella dijo con entusiasmo: Coraje y fe en la misericordia de Dios. Ella fue la última en llegar al cadalso. En el momento en que iban a amarrarla a la tabla…”
Porque la víctima era amarrada a una tabla.
“… en el momento en que ella iba a ser amarrada a la tabla, un echarpe…”
Quiere decir, uno de esos mantos o especie de bufanda para enrollar en el cuello.
“… de lino que ella tenía se cayó, dejando aparecer en el cuello una medalla con el Inmaculado Corazón de María. El ayudante del verdugo quiso robar el echarpe, pero la princesa, con voz emocionada…”
Es la primera vez que ella manifiesta emoción a lo largo de todo este drama.
“… exclamó lo siguiente:…”
No nos podemos imaginar en lo que ella estaba pensando en el momento de morir; ¿Cuál es el pensamiento de ella? Ella exclamó lo siguiente:
Mme. Elisabeth en el patíbulo
En nombre de vuestra madre, Monsieur, cubridme”.
Era un pensamiento de pudor. Ella no quería que ninguna parte de su cuerpo fuese vista. Entonces, ella quedó naturalmente con alguna parte del pecho descubierto, y viendo que era un miserable a quien nada podía pedir en nombre de Dios, ella procuró en aquella hora una fibra humana que aún hubiese en aquél canalla. Y ella le dijo con mucha cortesía, llamando de “Monsieur” (Señor) a un bandido de aquellos. Dice: “Monsieur, en nombre de su madre, cubridme”. ¡Estamos viendo cuánta presencia de espíritu! ¡de pudor! ¡cuánto recato! Compárese eso con las modas de hoy y podremos comprender la decadencia del mundo después de la Revolución francesa.
Fueron sus últimas palabras, eco de toda su vida, hecha de dignidad y de pureza. Se produjo entonces un hecho extraño. Después de su muerte, no se hizo oír el toque de tambores”.
Inmediatamente después de que el ejecutado moría, se tocaba un tambor y el pueblo aullaba. Pero la muerte de ella produjo una tan impresión que ni la canallada revolucionaria osó tocar el tambor. Quedaron todos paralizados, quietos.
Ni se oyó aullido y el grito de ‘viva la república’. El capitán que debía dar la señal para los tambores, cayó desfallecido y de ahí fue cargado ya medio paralítico y agonizante. Un silencio impresionante se impuso sobre la multitud estupefacta, y todos los primeros biógrafos de la princesa repiten que se sintió —como ocurre a veces en la muerte de los santos— un penetrante perfume de rosa sobre toda la plaza de la Revolución”.

*        *        *

Yo recuerdo otro episodio muy bonito de la Revolución, y con eso yo termino el “Santo del día” de hoy. Está en esa línea: es la muerte de Luis XVI. Luis XVI fue ejecutado antes que ella. Él era un hombre extraordinariamente corpulento. Era un atleta. Y fue llevado de la prisión hasta la guillotina, en un coche, con un sacerdote. La historia de ese sacerdote es curiosísima. Ese padre era un padre de origen escocés, se llamaba Edgeworth de Firmont (1745 – 22-5-1807).
Era de una familia escocesa expulsada de Escocia por los protestantes, y que unas tres o cuatro generaciones antes fueron a vivir a Francia. Y en la familia de ese padre siembre hubo una tradición medio profética de que ellos tendrían un descendiente que iría a dar los últimos sacramentos al rey de Francia, preso. Cuando el rey de Francia fue condenado a muerte, él, con el riesgo de su vida se aproximó, pidió a las autoridades revolucionarias para que le permitieran dar la absolución al rey. No se sabe cómo, pero las autoridades permitieron que él entrase y acompañase al rey, dentro del carro, hasta la guillotina.
Cuando los dos llegaron en el carro hasta la guillotina, descendieron y el verdugo fue al encuentro del rey para amarrarle las manos al rey, porque se hacía eso con los prisioneros que iban a ser muertos. Cuando el verdugo llegó, el rey consideró que aquello era una insolencia, y agarró al verdugo con las dos manos y le dijo: “Eso no”, e inmovilizó al verdugo. Y el rey se volteó para el padre y le dijo: “Señor cura, ¿qué piensa el Señor de eso? El padre le dijo: “Si vuestra majestad permitiese que sus manos fuesen amarradas, será más una semejanza entre su muerte y la de nuestro Señor Jesucristo”. Inmediatamente soltó al verdugo y extendió las manos que fueron amarradas y él subió hasta donde estaba la guillotina…

Ahí tenemos el espíritu de las cosas. Podemos comprender en flashes vivos lo que es la Revolución y lo que es la Contrarrevolución. Lo que fue una época que terminó, pero que dejó un filón del cual somos un prolongamiento vivo, y una época que entró y que produjo este mundo de horrores que estamos viendo aquí. Ahí está un flash de un “Santo del día”.
Ejecución del rey Luis XVI


El presente texto es una adaptación resumida de la transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, no ha sido revisada por el autor.
Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviese vivo, ciertamente pediría que se colocase explícita mención de su filial disposición a rectificar cualquier discrepancia en relación al magisterio de la Iglesia. Es lo que referimos aquí, con sus propias palabras:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial celo a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, por lapso, ocurra que algo no está conforme a aquella enseñanza, desde ya la rechaza categóricamente”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que les da el Prof. Plínio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición fue publicada en el Nº 100 de "Catolicismo", en abril de 1959.

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